¡Mamá, papá, me aburro!
Hola …. ¿Qué tal?
Ver a nuestros hijos aburridos o escucharlos quejarse porque lo están. Es una sensación fatídica porque justo cuando nos disponemos a empezar nuestro trabajo o a tomarnos un descanso de éste, se nos clava un puñal en el pecho porque buscamos con la vista a nuestros hijos y percibimos u oímos que no saben qué hacer. 😱
¿Cómo gestionas estas situaciones?
Puedes oír el podcast con este reproductor, o si prefieres la lectura tienes debajo una versión escrita. ¡Que lo disfrutes!
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Se van a reír con lo que les voy a contar pero mi hermano era muy activo de muy pequeño y vivía diciendo que estaba aburrido. Ahora pienso que no se soportaba a sí mismo. Recuerdo perfectamente que le decía a mi madre “¡Estoy aburrido! ¡Dame un sándwich, dame algo!” como si mi madre pudiera llenar el vacío que el sentía. A mi madre no se le movía un pelo, le sugería desde que corra alrededor de la casa, hasta que vaya a la esquina a ver si llueve, y si llovía que se ponga un chubasquero y salga a dar unas vueltas. Los que nos criamos en los 70, 80 y 90, prácticamente sin pantallas, no teníamos otra alternativa que buscar divertirnos en los libros, muñecos y en nuestros mundos imaginarios. Eso sí, niños aburridos hubo siempre. De lo que no estoy segura es que los padres de antes se preocuparan tanto como los de ahora cuando vemos a nuestros hijos sin hacer nada o con sus pantallas.
reaccionando frente a su aburrimiento
Cuando escucho las experiencias de otros padres, me veo reflejada. Por un lado, la mayoría coincide en que no podemos negar la era de entretenimiento digital en la que vivimos, tan vertiginosa de rápida y tan sobre estimulada. Por otro lado, también me comparten que les preocupa que sus hijos no se diviertan con nada que no incluya un ordenador, video juego o teléfono móvil. Nos duele y nos consterna esta situación y entonces salimos corriendo a darles algo a nuestros hijos para que se entretengan o salgan del laberinto digital donde se perdieron. “Vamos un rato a la playa/plaza”, “vamos a tomar un helado”, “¿quieres ir a andar en bici?”, “¿invitamos a un amigo?”. La dificultad empieza cuando no podemos acompañar a nuestros hijos en lo que les estamos proponiendo porque tenemos obligaciones laborales que cumplir. No me extraña que frente a este panorama, los llenemos a nuestros hijos de actividades extra escolares u horas en las colonias de vacaciones. No está mal, si a nuestros hijos les gusta la propuesta, bienvenido sea. ¿Pero qué pasa cuando ir a esos espacios les resulta pesado? ¿Qué pasa cuando cansados de tantos horarios quieren vivir sus vacaciones más relajados? Sonará duro lo que voy a decir pero el problema principal para mí somos los adultos que no soportamos que nuestros hijos se aburran, no soportamos que no tengan cosas que hacer, y no toleramos que a falta de ocupación, nuestros hijos recurran a sus pantallas.
ellos no saben qué hacer con su tiempo libre… Y nosotros?
Cuando salimos como locos a entretener a nuestros hijos nos perdemos la oportunidad que sean ellos los que gesten y crean una manera de pasarla bien en su tiempo libre. Se necesita pausar para conectarse con uno mismo. Necesitamos tiempo libre para conectar con nuestros deseos más profundos y para abrir nuestros sentidos con conciencia plena. Si estamos todo el día de aquí para allá, lo más probable es que no nos percatemos de lo que nos gusta y deseamos. Ahora pregunto, si eso es tan claro para nosotros, los adultos, ¿por qué no podemos tolerar que nuestros hijos tengan un tiempo sin nada que hacer hasta que descubran que quieren? Pienso que muchas veces nos angustia verlos así porque es a nosotros que nos atemoriza bajar un cambio para pensar, reflexionar, y preguntarnos sobre el sentido de nuestra vida y si estamos viviéndola bien. Proyectamos nuestro malestar en ellos, “es un momento tan bello de la vida y no la están disfrutando”, ¿pero nosotros cómo la estamos pasando?“. La psicóloga y coach Sheryl Paul dice:
“Es permitirnos estar con esos micro-momentos incómodos en lugar de huir de ellos lo que cambia la forma en que caminamos por la vida (…) llega un punto de inflexión cuando nosotros, como padres, debemos aprender a tolerar nuestra propia incomodidad en torno a la incomodidad de nuestros hijos para que podamos permitirles aprender”.
Sheryl Paul
📢 Hay luz al final del túnel
Primero pensemos que los niños tienen muchísimos recursos internos. Es increíble estar en la sala de espera del pediatra y ser testigo de cómo los niños se las apañan para pasarla lo mejor posible. Hablan, inspeccionan, preguntan, inventan juegos, beben agua mil veces, leen revistas, simplemente encuentran que hacer porque no les queda otra. Segundo, si percibimos que nuestros hijos están aburridos, es una gran oportunidad para tomarnos unos minutos para hablar con ellos y preguntarles cómo se sienten, qué los motiva, con qué sueñan, cómo son sus amigos, etc. Hay que estar preparados porque los niños y adolescentes suelen ser tajantes y terminantes en estas conversaciones, “quiero estar con un amigo pero no hay nadie para jugar”, “me gustaría leer pero ya leí todos los libros”, “si no juego online no tengo nada que hacer”, es ahí donde hay que ayudarlos a cuestionar esas ideas absolutas y preguntarles “¿en serio? ¿es tan así? Me interesa. Cuéntame más” y poco a poco ir guiándolos para que salgan de ese estado mental donde todo parece tan fatalista. Muchos padres me dicen que dialogando con sus hijos se terminan irritando y les dicen “seguro un amigo, libro, juego debe haber, ¿cómo qué no tienes nada?”. Yo lo entiendo, a mí también me surge decir lo mismo, pero por más bien intencionados que sean esos comentarios pueden ser percibidos por nuestros hijos como una sentencia desde el banquito de los que lo tienen todo claro.
¿Qué hacer y a qué recurrir?
La auto compasión nos puede ayudar primero a no tener unos parámetros de maternidad o paternidad perfectos, que no existen, y descubrirnos humanos haciendo lo mejor posible. Segundo, la auto-compasión puede asistir a nuestros hijos a tratarse y verse con más ternura y paciencia. Otra herramienta que aprendí del neurocientífico Rick Hanson es ayudar a los niños a pensar en todo lo buena que es su vida, todo lo maravillosos que son y que experimentan, y que los ayudemos a que puedan adentrar esas sensaciones.
Un niño/a que se siente bien consigo mismo/a es mucho más resiliente frente a los desafíos que enfrenta. Y creo que esto es lo más importante que voy a decir hoy:
Nuestros hijos necesitan ser vistos, sentir que pertenecen a nuestra tribu y la de sus amigos, y saber que cuentan con nuestra compañía, comprensión y apoyo incondicional.
Muchas veces nuestros hijos perciben como aburrimiento algo aún más profundo como por ejemplo que se sienten solos y desconectados de sus seres queridos. Es por eso que si los atiborramos de ideas para que no se aburran y hagan algo, estamos tapando y menospreciando su capacidad de descubrirse, expresarse, auto-gestionarse y también de acompañarlos con un abrazo y unas palabras cálidas que los sosieguen.
Para ir redondeando me gustaría decir que un poco de tiempo sin nada que hacer es sano, un tiempo con pantallas bien usado no es un motivo de preocupación, y podemos estar ocupados pero siempre tenemos la posibilidad de decir “dime que te gustaría que hagamos cuando termine de trabajar”.
Espero que este blog te traiga calma. Si te interesa el tema del uso de las pantallas, te recomiendo el libro (en inglés únicamente) “Parenting for a Digital Future: How Hopes and Fears about Technology Shape Children’s Lives” (**), de las investigadoras Sonia Livingstone and Alicia Blum-Ross.
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Un fuerte abrazo ❤