Anécdota personal 💗 Cuando tus hijos están con los sentimientos alborotados
Hola …. ¿Cómo estás hoy?
Esta semana te invito a buscar maneras de aliviar a nuestros niños cuando se sienten perplejos ante sus propios sentimientos, especialmente durante las Fiestas, que nos venden que solo hay lugar para la alegría.
En este podcast te cuento una anécdota personal con mis hijos que me dejó cara a cara con este tema.
Puedes oír el podcast con este reproductor, o si prefieres la lectura tienes debajo una versión escrita. ¡Que lo disfrutes!
Es el día de Reyes, es un día que en muchas partes del mundo no se festeja. En España y varios países de Latinoamérica, sin embargo, puede llegar a ser más importante que Navidad. Los regalos más grandes para los niños se hacen hoy. Los niños dejan sus zapatos debajo del árbol o al lado de la puerta, y separan césped y agua para los camellos en la víspera. Se van a acostar esperando ansiosos sus regalos al otro día. Mis hijos ya saben la verdad sobre Papá Noel y los Reyes pero aun así, nos entregan una lista de lo que les gustaría que les regalásemos y nosotros vemos que les damos. No los puedo culpar porque yo hacía lo mismo aún siendo adolescente. Y a pesar de todo el folklore hay algo que me hace ruido, ¿es necesario hacer tantos regalos? No lo estoy pensando desde lo económico, lo pienso en el sentido de la acumulación, del pedir por el pedir mismo, y la corrida de los padres que salimos a comprar, o que pedimos online pero después de buscar y buscar los artículos específicamente detallados. Entiendo que un regalito simbólico hace ilusión pero me resulta desconcertante y prescindible también todo este ajetreo y consumismo.
Y no soy la única, mi hijo está transcurriendo su pre-adolescencia, por momentos es un niño pequeño, y los preparativos y las Fiestas lo divierten muchísimo, pero él también empieza a tener sentimientos encontrados. Y es aquí donde quiero enlazar el cómo ayudar a nuestros peques con el alboroto que generan las Fiestas. El caso es que mi hijo ya no le encuentra el sentido a tanta parafernalia, más bien se deja arrastrar. Y justamente por estos sentires tan desafiantes, recurrió al ya clásico “¿mamá podemos hablar?”, momento en el cual vamos a un lugar tranquilo sea con él o con mi hija y hablamos de los que los aqueja. Esta semana empezó él, o sí porque siguió mi hija luego, el caso es que necesitaba sacar algo de su pecho, y por supuesto ahí fui yo a intentar reconfortarlo. Mi hijo me miró y me preguntó:
Aprendí que la mente ansiosa racionaliza todo. Por eso, la primera invitación, fue a que se conecte con su cuerpo, y dónde sentía su malestar. Luego respiramos profundamente para que se calme y le mandamos amor a la parte del cuerpo que le dolía en respuesta a esa desazón emocional. Esto nos permitió ponernos en contacto con el momento presente y abrir un espacio para explorar con templanza. Como como una margarita empezamos a sacar pétalo por pétalo, a cuestionar lo que iba surgiendo, para poco a poco encontrar el meollo de lo que lo estaba afectando.
Y la verdad que descubrió que lo que sentía no era “tristeza” sino una especie de vacío y de extrañeza por no estar haciendo nada. Es que con tanto alboroto por las Fiestas, planes con amigos, regalos, y estímulos del afuera, cuando paró, culpó a la tristeza por su aburrimiento. Hablamos del tema, de lo maravilloso que es poder pausar y escuché un suspiro de alivio de parte de él.
Por eso creo que la cultura a veces es dañina, porque nos vende que por ser Las Fiestas tenemos que estar siempre con una sonrisa de oreja a oreja sino “algo anda mal”. Cuando mi hijo se calmó, hablamos de la importancia de saber buscar en la riqueza de nuestro mundo interno, le propuse que bucee por ahí y que disfrute los momentos de sosiego, austeridad, y descanso. Horas más tarde, salgo un minuto, vuelvo a casa y mi hija, la pragmática, la guerrera, y alegre, me mira con los ojos hinchados y empañados y me dice: “mamá, podemos hablar?” Y me mostró el álbum de fotos que estaba mirando de cuando ella y el hermano eran más chicos.
Dejé lo que estaba haciendo y le di un fuerte abrazo contenedor. Al igual que al hermano, le pedí que contacte con su cuerpo, que deje el espacio mental por un rato. Cuando estaba más relajada le pregunté: “¿por qué te parece que lloras?”, “¿viste algo que te puso triste?” y le pedí que me cuente como podía lo que pasaba. “Es que ahora tengo que estudiar, extraño cuando era pequeña y solo jugaba, ahora sé todo (yo pensaba: y sí, ya sabes quiénes son Papá Noel y los Reyes) hasta sé que existe la muerte”. Cuando me dijo esto último me acordé de mi propia infancia y lo difícil que fue incorporar la idea de la finitud de la vida y me resultó muy fuerte. Si bien ella es más pequeña que mi hijo, ya está dejando de ser la niña crédula y dependiente de la primera infancia y están empezando a caer los velos típicos del pasaje a la segunda infancia.
Hablamos mucho de lo que sigue haciéndola feliz, le pedí que me cuente cómo se sentía con las tareas del colegio, y qué la hace sentir fuerte en el día a día. Hablamos de cómo con cada pérdida, hay un nacimiento. Si bien ya pasó la etapa donde lo único que hacía era jugar, ahora empezó a jugar con las matemáticas y las letras. Le conté, como en mi experiencia (y en la de todos) resistir el dolor, solo lo incrementa, que se relaje, que fluya, que acepte, y que disfrute también los muchísimos buenos comienzos que ha tenido hasta ahora. Cuando la vi suspirar tranquila, la dejé jugando en su universo de niña tan bonito que tiene.
Después de tanto hablar con mis hijos, lo busqué a mi marido y le conté todo. Los dos nos abrazamos, entendemos a nuestros hijos que están creciendo, y que su mirada de la vida va tornándose cada vez más real. Sabemos que las transiciones hay que atravesarlas con una entrega total, y que hay que confiar porque hay momentos que duelen. Lo cierto es que solo permitiéndonos sentir la paleta completa de emociones, podemos saborear los momentos de felicidad genuinos.
Brindo por nuestr@ niñ@ interior, o si suena muy “nueva era”, por lo más inocente que vive en nosotros, que en fechas como estas o en conversaciones con los niños – hijos, sobrinos, vecinos, alumnos, etc. - uno revive aún más, brindo para que siempre nos honremos.
Un fuerte abrazo ❤